domingo, 27 de mayo de 2012

Horizontes de Grandeza

Comentario de HORIZONTES DE GRANDEZA


La década de los 50 vio la ascensión de un tipo de películas que con el tiempo vinieron a denominarse globalmente como cine épico debido a las monumentales historias que relataban. Solían consistir en grandes producciones dramáticas ambientadas en tiempos antiguos como el Imperio Romano o la Edad Media y que combinaban buenas dosis de aventuras y romance. Estas cintas sacaban el máximo provecho al technicolor y el cinemascope para apabullar al espectador con impresionantes puestas en escenas donde abundaban las tomas panorámicas, multitud de decorados y buenas cantidades de extras. Para poner en pie semejante infraestructura los grandes estudios no escatimaban en medios pero tampoco solían descuidar los vitales papeles de la dirección y el guión. Gracias a ello hoy en día muchas de estas cintas pertenecen por derecho propio a la memoria colectiva del cine: "Gigante" (George Stevens, 1956), "Ben-Hur" (William Wyler, 1959), "Espartaco" (Stanley Kubrick, 1960), "El Cid" (Anthony Mann, 1961), etc. Incluso llegó a haber realizadores expertos en este tipo de rodajes como David Lean, que no estrenaba películas que durasen menos de tres horas ("Doctor Zhivago", "Lawrence de Arabia", "El Puente sobre el Río Kwai"...). El género del western también ha tenido algunos títulos de este estilo ya que sus historias de justicieros cabalgando por enormes espacios abiertos son terreno propicio para lucirse con una gran producción. Así lo haría William Wyler en 1958 con "Horizontes de Grandeza", con la particularidad de que el protagonista de la cinta era la antítesis completa del héroe del cine épico. Un hombre discreto, pacífico y tranquilo que no podía ser encarnado por nadie más que Gregory Peck.

La cinta narra la llegada al salvaje Oeste de un capitán de barco retirado llamado James McKay (Gregory Peck), un hombre procedente de la costa Este que viene a encontrarse con su prometida Patricia (Carroll Baker). La muchacha pertenece a la familia Terrill, un poderoso clan familiar que domina la región con sus ranchos y que está controlada con puño de hierro por el patriarca y futuro suegro de McKay. James choca inmediatamente con las costumbres locales y sobre todo con la feroz disputa que libran los Terryl con un clan rival, los Hannassey, por el control de los pastos y el agua. La diferente perspectiva que mantiene éste sobre el contencioso, proclive a buscar una solución no violenta, va socavando poco a poco su relación con Patricia, hasta que finalmente el hombre del Este decide romper el compromiso y labrarse su propio futuro en la zona. Para ello consigue que una amiga de Patricia, la maestra Julie, le venda un rancho que es clave para el desarrollo de la región ya que en él se encuentran unas reservas de agua vitales para el ganado de todos los clanes. Con su particular forma de hacer las cosas, de manera discreta y callada, McKay se hace hueco en solitario sin tomar partido por ningún bando, tan solo obedeciendo a su sentido de justicia, lo que le hará verse incomprendido por casi todos.

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Ficha técnica y artística

Horizontes de Grandeza (The Big Country). EEUU, 1958, 159 min.

Dirección: William Wyler

Intérpretes: Gregory Peck, Carroll Baker, Jean Simmons

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Crónica de Atticus Finch


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sábado, 19 de mayo de 2012

Ed Wood

Comentario de ED WOOD


El arte de hacer películas es, como su propio nombre indica, todo un arte lleno de complejidad y dificultades. El número de profesionales implicados en el desarrollo de un proyecto cinematográfico es enorme: directores, guionistas, intérpretes, productores, montadores, compositores, encargados de fotografía, sonido, dirección artística, etc. En algunos casos ha habido personas capaces de compaginar varias de estas tareas a la vez, autores multidisciplinares que escriben, dirigen y protagonizan sus trabajos. Normalmente el público se acuerda de los que han dejado una huella en la historia del cine, pero también abundan en la cara opuesta donde moran los subproductos de calidad cuestionable. Un personaje de este último grupo fue Edward Wood, una especie de Orson Welles pero en versión cutre que perpetró un buen número de cintas de serie B bastante lamentables a partir de la década de los 50. Años después a alguna mente privilegiada de la industria se le ocurrió la brillante idea de designarle como "el peor director de la historia del cine" (del estadounidense, se entiende), un completo disparate que no obstante es muy habitual en este mundo tan proclive a etiquetarlo todo de manera simplista. A partir de entonces la figura de Ed Wood alcanzaría una notoriedad de la que no había gozado en su faceta profesional, ni siquiera cuando estrenó su obra cumbre (es un decir) "Plan 9 del Espacio Exterior". Y como de todo hay en la viña del Señor no faltaron personas que empezaron a reivindicar sus trabajos como obras de culto (de culto cutre, supongo). De lo que no cabe duda es que Wood era un hombre entregado por completo al mundo del cine pero con un talento cuestionable, que tuvo la valentía de perseguir su sueño y que eso al menos le honra. Paradojas de la vida, su mayor legado a la posteridad sería su propia peripecia vital y profesional, un relato completamente de película.

La cinta nos sitúa en el Hollywood de los años 50, donde un joven llamado Ed Wood (Johnny Depp) trabaja de chico para todo en unos estudios de cine. Su mayor sueño es hacer películas y emular a su adorado Orson Welles, aunque de momento se conforma con dirigir pequeñas obras de teatro alternativo que pone en pie junto a su novia y una pandilla de amigos bastante peculiares. Un día conoce por casualidad en la calle al mítico actor Bela Lugosi (Martin Landau), famoso por sus interpretaciones del Conde Drácula en la década de los 30 pero ahora ya retirado. Pronto se hacen amigos y Eddie convence a un pequeño productor de serie B para que le asigne el guión y dirección de un largometraje si consigue que Lugosi acceda a entrar en el reparto. El talento de Wood para el cine sale pronto a relucir con este primer subproducto que trata de un hombre al que le gusta vestirse de mujer y los problemas que ello le acarrea, para lo cual se basa en su propia experiencia personal. Aunque la cinta es un fracaso Eddie ha conseguido asomar la cabeza en el circuito social más freak y bizarro de la ciudad de Los Angeles. Metido de lleno en el mundo de la serie B, Wood pondrá en marcha nuevos proyectos disparatados para los que se verá obligado a robar decorados, filmar sin licencia y hacer suyo el lema de que "con una sola toma es suficiente, ¡a positivar!". A pesar de las condiciones adversas su lucha por ser un director respetado seguirá adelante gracias al apoyo incondicional de sus amigos y la confianza en sí mismo.

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Ficha técnica y artística

Ed Wood. EEUU, 1994, 124 min.

Dirección: Tim Burton

Intérpretes: Johnny Depp, Martin Landau, Sarah Jessica Parker

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Crónica de Atticus Finch


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sábado, 12 de mayo de 2012

Drive

Comentario de DRIVE


Algunas películas poseen la capacidad de hechizar al espectador por algún motivo, bien por su puesta en escena, los actores, la banda sonora u otro tipo de elemento. Son cintas con personalidad propia que no tienen por qué ser redondas o perfectas, simplemente son buenos trabajos que tocan la tecla correcta en el interior de la persona que las ve. Uno de los últimos ejemplos de este tipo de cintas con las que se ha encontrado este cronista es "Drive" (Nicolas Winding Refn, 2011), una de las más gratas sorpresas de la temporada pasada. Contemplar una película de acción bien filmada e interpretada ya es de por sí todo un acontecimiento, pero los ingredientes de "Drive" recuerdan poderosamente a una de las referencias del género rodada por Peter Yates en 1968, la sin par "Bullitt". El largometraje de Yates hipnotizaba por el magnetismo de Steve McQueen y su Ford Mustang recorriendo las calles de San Francisco a ritmo de jazz. En "Drive" ocurre algo parecido con el carisma de Ryan Gosling inundando una obra donde los coches forman parte esencial de un relato donde los encuadres, las miradas y la música pesan tanto como los diálogos. Probablemente sea una de las mejores cintas de coches que uno pueda disfrutar junto a la propia "Bullitt", "El Diablo sobre Ruedas" (Steven Spielberg, 1971) y "Mad Max" (George Miller, 1979). Películas todas ellas en las que el protagonista ejerce de héroe solitario al volante de su vehículo, en una traslación moderna del jinete y el caballo de toda la vida. Los tiempos cambian pero el espíritu permanece.

"Drive" es la intimista historia de un muchacho de Los Angeles (Ryan Gosling) del que no sabemos el nombre, simplemente es El Conductor. De día trabaja como mecánico en un taller de coches y suele colaborar en bastantes rodajes como especialista de secuencias de acción. Gracias a su pericia al volante también se gana un sobresueldo como conductor profesional para robos y atracos nocturnos, bajo unas estrictas reglas que impone a los interesados. Su pasado y el cómo ha llegado a esa situación es un misterio para el espectador. Un día, tras un trabajo nocturno, el chico se muda de piso y conoce a su vecina Irene (Carey Mulligan), una joven madre cuyo marido está cumpliendo condena en prisión. El Conductor poco a poco sale de su coraza y traba amistad con Irene, aunque sus sentimientos van más allá. Al poco tiempo el marido vuelve a casa pero empieza a ser chantajeado por antiguos compañeros para que tome partido en nuevos atracos. Ante las amenazas cada vez más fuertes, El Conductor decide tomar cartas en el asunto y se ofrece a colaborar en el robo a condición de que Irene y su familia no vuelvan a ser molestados nunca. El atraco se lleva a cabo pero no termina como se esperaba, aparece demasiado dinero y El Conductor comprende que ha caído en una trampa, de la cual va a salir acabando con quien haga falta.

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Ficha técnica y artística

Drive. EEUU, 2011, 100 min.

Dirección: Nicolas Winding Refn

Intérpretes: Ryan Gosling, Carey Mulligan, Albert Brooks

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Crónica de El Maquinista


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sábado, 5 de mayo de 2012

La Confesión

Comentario de LA CONFESIÓN


Al finalizar la II Guerra Mundial en 1945 el mundo comenzó una nueva etapa bajo la tutela de las tres potencias aliadas que habían salido victoriosas de la contienda: Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética. Sus respectivos líderes habían ido trazando ya un plan consensuado durante el último tramo de la guerra para determinar las zonas de influencia que tendría cada uno sobre los territorios liberados. En Europa esta nueva realidad geopolítica iba a dividir al continente en dos bloques completamente diferentes cuya frontera psicológica se encontraba en Berlín, ciudad dividida dentro de una nación, Alemania, partida también por la mitad. Los países de Europa oriental caerían de este modo bajo la órbita soviética convirtiéndose de facto en protectorados de la URSS, sin posibilidad de desarrollar sistemas parlamentarios plenamente soberanos. A estos regímenes se les conocería con el nombre de democracias populares, aunque paradójicamente ni eran democracias ni eran precisamente populares. En todos ellos se implantarían estados totalitarios de partido único (el comunista) bajo la tutela de Moscú, aunque algunos territorios consiguieron cierta independencia de la URSS para desarrollar su propio camino al socialismo, caso de la Yugoslavia del mariscal Tito. Otros intentos de apertura como en Hungría en 1956 o Checoslovaquia en 1968 serían aplastados militarmente por el Kremlin. Durante los cincuenta años que estos sistemas se mantuvieron en pie, hasta la caída del Muro de Berlín en 1989, cada uno pasaría por diferentes etapas con las peculiaridades propias de cada país: Polonia, Checoslovaquia, Albania, Hungría, Alemania Oriental, Yugoslavia, Rumanía, etc. Sin embargo una época especialmente negra en todos ellos la constituye los inicios de la Guerra Fría, ya que la paranoia de Stalin llegaría a tales extremos que los mecanismos represivos de estos regímenes sumirían a la población en un terror del que no se libraría el propio partido comunista, cuyas filas serían purgadas en una delirante caza de traidores acusados de ser elementos subversivos y contrarrevolucionarios, según el particular léxico soviético. 

"La Confesión" se inspira en los hechos reales que tuvieron lugar en Checoslovaquia a comienzos de la década de los 50, donde el partido comunista iba a ser presa de la propia maquinaria represiva que había creado desde el poder. Siguiendo órdenes de Moscú se iniciaría una purga dentro del partido que afectaría a destacados miembros y cargos institucionales, entre ellos el viceministro de asuntos exteriores Artur London (Yves Montand). Checo de nacimiento, el compromiso de London con el comunismo ha sido inquebrantable desde su juventud, lo que le llevó a combatir en las Brigadas Internacionales en España y posteriormente en la Resistencia francesa contra la ocupación nazi. Tras la guerra volvería a su país y pronto subiría escalafones en el partido hasta acceder al aparato gubernamental. Un día las cosas empiezan a torcerse, hay rumores de operaciones antiespionaje y miembros de la policía secreta realizan labores de seguimiento por doquier. Finalmente London es secuestrado por un comando policial e internado en un centro de detención donde será sometido a un brutal proceso de interrogatorio a medio camino entre el sadismo y el disparate. En una continua espiral kafkiana será obligado a confesar delitos a los que es ajeno bajo acusaciones que desconoce, tan solo para firmar los documentos artificiales que le acreditan como traidor a sueldo de Occidente amén de conspirador contra el Estado. Bajo la dirección de uno de los directores más destacados del cine político, Costa-Gavras, y con guión del escritor español Jorge Semprún, el espectador asiste a los hechos que desembocarían en el Proceso de Praga de 1952. 

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Ficha técnica y artística

La Confesión (L'Aveu). Francia, 1970, 135 min.

Dirección: Costa-Gavras

Intérpretes: Yves Montand, Simone Signoret, Gabriele Ferzetti

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Crónica de Atticus Finch


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