sábado, 28 de abril de 2012

Gattaca

Comentario de GATTACA

 
A mediados de los años 20 del siglo pasado, cuando el cine estaba ya consolidando las bases de su lenguaje narrativo, el maestro alemán Fritz Lang estrenó "Metrópolis" (1927), una fábula en la que robots y humanos convivían en una sociedad futurista profundamente desigual. Además de crear un título clave de la cinematografía mundial esta cinta es también una de las primeras obras cumbre de la ciencia-ficción, un género que durante los cuarenta años siguientes estaría casi siempre arrinconado en la segunda fila, reducido a meros productos de entretenimiento llenos de naves espaciales chuscas, humanoides y mucha serie B. La década de los 60 vería resurgir a un género que pasaría a convertirse definitivamente en un concepto adulto, teniendo mucho que ver en ello dos películas estrenadas en 1968, "El Planeta de los Simios" (de Franklin J. Schaffner) y "2001, Odisea del Espacio" (de Stanley Kubrick). A partir de ese punto de inflexión y con la mejora de los efectos especiales llegaron otros grandes trabajos de primera categoría que tocaban temáticas diversas: la saga de "La Guerra de las Galaxias" (1977), "Alien, el Octavo Pasajero" (1979) o "Blade Runner" (1982). A pesar de que la mayoría de este tipo de cintas se apoyan de manera importante en el diseño artístico y los efectos visuales, su categoría de primer nivel lo consiguen gracias al lado humano del relato. Y es que el gran pecado de la ciencia-ficción de los últimos veinte años, tras la implantación masiva de los efectos digitales por ordenador, es haber descuidado con frecuencia los guiones produciendo así historias huecas envueltas en un sosa pirotecnia visual. Afortunadamente algunos autores han seguido ofreciendo relatos de gran interés como en "Doce Monos" (1995), "Origen" (2010) o la ópera prima de Andrew Niccol, "Gattaca" (1997).

"Gattaca" nos sitúa en un futuro cercano en el que el avance de la ingeniería genética ha sido tal que la organización de la sociedad está basada en el ADN de sus individuos. Los padres, a la hora de tener un hijo, acuden mayoritariamente a laboratorios donde los científicos seleccionan a partir de ellos la combinación genética óptima del niño. El ADN resultante determinará su clase social y los trabajos que podrá desempeñar en el futuro, su vida en definitiva. No obstante, también hay una pequeña minoría de progenitores que deciden tener a sus hijos de forma natural, a pesar de que éstos serán tratados como ciudadanos de segunda clase. El caso de Vincent (Ethan Hawke) es un tanto especial, ya que sus padres decidieron tenerlo a él sin ningún tipo de selección genética para luego arrepentirse y tener otro hijo esta vez bajo supervisión de los genetistas. De esta manera Vincent ha estado siempre en aparente inferioridad respecto a su hermano menor, lo que se manifestaba en los duelos de natación que ambos han entablado desde la infancia. A pesar de todo, Vincent es una persona segura de sí mismo cuyo sueño es formar parte de las tripulaciones de los viajes espaciales que se realizan a los confines del Sistema Solar, algo reservado a candidatos con un material genético excepcional. Volcado en lograr su objetivo, Vincent decide suplantar la identidad de un antiguo campeón de natación, Jerome (Jude Law), que ha quedado tetrapléjico a causa de un accidente. Éste le proporcionará su excelente ADN en forma de tejidos y líquidos para poder superar los controles del complejo espacial Gattaca y ser seleccionado como candidato. Con la permanente amenaza de ser descubierto, Vincent tiene ante sí una carrera contrarreloj para superar el proceso de adiestramiento que le conducirá a las estrellas, a la vez que intenta demostrarse a sí mismo que puede derribar las barreras impuestas por la selección genética.

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Ficha técnica y artística

Gattaca. EEUU, 1997, 106 min

Dirección: Andrew Niccol

Intérpretes: Ethan Hawke, Jude Law, Uma Thurman

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Crónica de Atticus Finch


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sábado, 21 de abril de 2012

Dioses y Monstruos

Comentario de DIOSES Y MONSTRUOS


Existe un género cinematográfico muy particular que consiste en el cine dentro del propio mundo del cine, historias cuyos protagonistas forman parte del gremio dedicado a hacer películas. Resulta un espectáculo fascinante ver los mecanismos de ese universo al que el espectador suele permanecer ajeno debido a que tan solo es testigo del producto final. Las luchas entre directores y productores, los nunca suficientemente recordados guionistas, el largo camino de los actores o los entresijos de los rodajes son algunas de las facetas a explorar. Numerosas cintas han abordado estos temas desde hace tiempo, como en "El Crepúsculo de los Dioses" (Billy Wilder, 1950), completa radiografía del paso de la fama y el estrellato en este caso encarnado en el alter ego de la actriz de cine mudo Gloria Swanson. David Lynch sabría también sacar partido a los recovecos más oscuros de Hollywood como telón de fondo para su onírica "Mulholland Drive" (2001) y otros, como Tim Burton y Martin Scorsese, han preferido relatar la historia de autores con personalidad inclasificable en "Ed Wood" (1994) y "El Aviador" (2004), respectivamente.   

"Dioses y Monstruos", situada en los años 50, narra la relación de amistad que se establece entre Clayton, un jardinero de Los Ángeles  (Brendan Fraser) y el dueño de la casa en la que ha empezado a trabajar. Éste resulta no ser otro que el director de cine ya retirado James Whale (Ian McKellen), famoso por sus películas de terror en la década de los 30, en especial las del mito de Frankenstein. Whale lleva una vida aparentemente tranquila lejos de la ciudad con la única compañía de su ama de llaves (Lynn Redgrave), pero en realidad es un hombre atormentado por sus propios demonios interiores. El paso del tiempo, su homosexualidad y recientes problemas de salud han ido moldeando el carácter de un ser melancólico cuya mente habita en un mundo poblado por fantasmas del pasado. La juventud y energía de Clayton le harán sentirse profundamente interesado en él, lo que dará lugar a una difícil relación entre dos personas completamente diferentes.

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Ficha técnica y artísitica

Dioses y Monstruos (Gods and Monsters). EEUU, 1998, 105 min.

Dirección: Bill Condon

Intérpretes: Ian McKellen, Brendan Fraser, Lynn Redgrave

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Crónica de Atticus Finch


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domingo, 8 de abril de 2012

Zatoichi

Comentario de ZATOICHI


Durante muchas décadas el cine japonés estuvo dominado por la omnipresente figura de Akira Kurosawa junto con las de otros autores menos conocidos como Yasujiro Ozu ("Buenos Días", "Cuentos de Tokio") o Kenji Mizoguchi ("Cuentos de la Luna Pálida"). Al comenzar los años 80 Kurosawa iba a realizar sus dos últimas obras mayores bajo la producción de sus admiradores Francis Ford Coppola y George Lucas, trabajos estupendos que entroncaban con su vertiente de género samurái: "Kagemusha, la Sombra del Guerrero" (1980) y "Ran" (1985). Tras la desaparición de este maestro el panorama cinematográfico nipón sufrió un lógico vacío que se haría notar con creces. Desde entonces ese espacio a nivel internacional ha sido ocupado poco a poco por diferentes realizadores, entre los que destaca Hayao Miyazaki al frente de los estudios de animación Ghibli, responsable de que la crítica seria haya respaldado a obras de anime excelentes como "La Princesa Mononoke" (1997) o "El Viaje de Chihiro" (2003). Fuera del campo de la animación uno de los nombres clave es el director Takeshi Kitano, auténtico hombre para todo que además de protagonizar la mayoría de sus películas se dedica también al mundo televisivo. Y es que Kitano suele financiar sus cintas con lo que gana ideando productos para la caja tonta, como el mítico "Humor Amarillo" ("Takeshi´s Castle"), programa absurdo en el que decenas de concursantes se pegaban continuas galletas intentando superar unas pruebas llenas de sadismo inconfundiblemente nipón. Este cronista ha de admitir que durante su infancia fue un ferviente seguidor de este concurso (y lo sigue siendo), ya que no puede evitar sentir auténtica fascinación ante el abnegado sentido del deber de los kamikazes que se apuntaban al programa. Teniendo en cuentra estos precedentes televisivos no es de extrañar que el cine de Kitano sea bastante particular, con abundancia de humor negro y violencia pero también extrañamente poético (a veces). "Hana-Bi" (1997), "El Verano de Kikujiro" (1999) o "Zatoichi" (2003) son algunos de sus trabajos más conocidos.

Zatoichi, el samurái ciego, es un personaje de ficción muy popular en Japón desde hace décadas y ha contado con múltiples adaptaciones en la gran pantalla. Estrictamente no se trata de un samurái debido a que no sirve a ningún amo, por lo que más bien se le podría definir como ronin, un antiguo maestro de la espada que vaga libremente por los caminos. En el caso de Zatoichi éste viaja de pueblo en pueblo ofreciendo sus servicios de masajista sin desvelar su pasado samurái a no ser que no le quede más remedio. En esta adaptación Kitano se reserva el papel protagonista y hasta se toma la licencia surrealista (tanto histórica como antropológica) de mostrar un Zatoichi rubio, algo inexistente en el fenotipo japonés. Su personaje llega un día a un remoto poblado de las montañas dominado por un criminal llamado Ginzo, que exige a sus habitantes tributos a cambio de protección. Ginzo cuenta con un numeroso grupo de secuaces y de una reciente pero valiosa adquisición, un ronin experto en el arte de la katana que le ha ofrecido sus servicios como guardaespaldas. Zatoichi, a pesar de su ceguera, pronto se da cuenta de la situación y además traba amistad con una mujer del pueblo y su sobrino, quienes sufren los atropellos de los matones de Ginzo. Aunque partidario de la no intervención, Zatoichi se verá empujado a desenvainar finalmente su espada como consecuencia de una serie de acontecimientos.

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Ficha técnica y artística

Zatoichi. Japón, 2003, 116 min.

Dirección: Takeshi Kitano

Intérpretes: Takeshi Kitano, Tadanobu Asano, Michiyo Okuso

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Crónica de Atticus Finch




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lunes, 2 de abril de 2012

Muerte en Venecia

Comentario de MUERTE EN VENECIA


A lo largo de tres décadas, desde finales de la II Guerra Mundial hasta los años 70, el cine italiano formó uno de los pilares básicos de la cinematografía europea de aquella época junto con las producciones francesas, estando ambas flanqueadas por obras españolas, escandinavas y británicas. La consolidación de los realizadores italianos se inició en los años 40 con la corriente estilística del Neorrealismo, un movimiento que retrataba historias mundanas de fuerte contenido social y que contó entre sus más importantes figuras a Roberto Rossellini ("Roma, Ciudad Abierta", 1945) y Vittorio De Sica ("Ladrón de Bicicletas", 1948). La década de los 50 vería por su parte la ascensión de otros dos autores clave como Federico Fellini y Luchino Visconti. Ambos desarrollaron también su etapa neorrealista, pero en los 60 Fellini pasaría a crear un universo propio con algunas de sus obras más recordadas ("La Dolce Vita", "Fellini, Ocho y Medio", "Amarcord"), mientras que Visconti optó por abordar historias de tipo más clásico: "El Gatopardo", "La Caída de los Dioses" o "Muerte en Venecia". Otros autores más minoritarios como Antonioni o Pasolini están igualmente presentes en la misma época pero se puede decir que la transición de los 70 a los 80 marca el fin de la edad de oro del cine de este país.

"Muerte en Venecia" relata el último viaje tanto emocional como físico del compositor alemán Gustav von Achenbach (Dirk Bogarde), un reputado músico de comienzos del siglo XX cuya vida atraviesa difíciles momentos tras la pérdida de su hija y la mala acogida de sus recientes trabajos. Buscando huir de ese ambiente y consciente de su delicado estado de salud, decide trasladarse a Venecia una temporada en busca de descanso. Una vez instalado en el Lido quedará hechizado por la belleza de un joven polaco llamado Tadzio (Bjorn Andressen), que está pasando las vacaciones junto a su familia en el mismo hotel. Como compositor, Achenbach ha perseguido durante toda su carrera un ideal de belleza musical que ahora ve plasmado en el cuerpo del muchacho, por el que siente un amor platónico e inalcanzable. Día a día intentará acercarse a él, siguiéndolo prudentemente en sus paseos por la playa y la ciudad bajo los omnipresentes acordes del Adagietto de la Quinta sinfonía de Gustav Mahler, el célebre compositor austriaco en cuya figura Visconti se inspira libremente para desarrollar la historia. Mientras tanto, Venecia comienza a quedarse desierta tras el anuncio de una epidemia de cólera que se suma al estado de decadencia de una ciudad que contempla, al igual que Achenbach, el fin irremediable de una época.

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Ficha técnica y artística

Muerte en Venecia (Morte a Venezia). Italia, 1971, 127 min.

Dirección: Luchino Visconti

Intérpretes: Dirk Bogarde, Silvana Mangano, Bjorn Andressen

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Crónica de El Maquinista




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