domingo, 28 de octubre de 2012

Melancolía

Comentario de MELANCOLIA


Si hay algo que cambió para siempre en el séptimo arte a lo largo de la década de los 60/70 fue el papel que los directores de cine desempeñaban en sus películas. En esos años Europa se puso a la vanguardia cinematográfica con el concepto de cine de autor, mientras que Estados Unidos veía cómo se venía abajo el sistema de grandes estudios y surgía el Nuevo Hollywood. El concepto central de estos nuevos tiempos giraba en torno al traspaso de poder de los productores a los directores, los cuales dejaban de considerarse como meros asalariados detrás de una cámara para pasar a ser el alma artística de sus largometrajes. Para bien y para mal los realizadores más importantes han dotado de personalidad a sus trabajos de modo que éstos tengan un estilo identificable por el espectador. En el panorama europeo podemos encontrar hoy en día a Pedro Almodóvar, Michael Haneke, Aki Kaurismäki o Lars von Trier. Éste último emepezó a llamar la atención con "Europa" (1992) para recibir después el reconocimiento con "Rompiendo las Olas" (1996). En esa época participa también en la elaboración del manifiesto Dogma 95 con el que un grupo de cineastas escandinavos abogaba por realizar un tipo de cine bastante espartano, cámara al hombro y prescindiendo al máximo de decorados, fotografía etc. Von Trier haría su aportación a la corriente dogmática con "Los Idiotas" (1998), pero mantendrá elementos de ésta durante toda su filmografía, como en la premiada "Bailar en la Oscuridad" (a mi no me gustó nada, por cierto). Osado como pocos, no ha tenido reparos en rodar dentro de un hángar cerrado sin decorados en "Dogville" (2003) y "Manderlay" (2005), además de poner en pie proyectos a medio camino entre lo artístico y lo experimental. Para los que no somos muy receptivos a las extravagancias de Von Trier ha sido por tanto todo un descubrimiento el poder disfrutar de una película tan buena como "Melancolía".

"Melancolía" puede ser vista como un drama con elementos sobrenaturales o como ciencia-ficción de autor (dado que el género está de capa caída yo prefiero lo segundo). El director escandinavo presenta un relato dividido en dos bloques narrativos, cada uno centrado en las dos hermanas protagonistas, Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg). La primera parte gira en torno a la desastrosa celebración de boda de Justine, que tiene lugar en la enorme finca de su hermana, casada con un importante astrónomo (Kiefer Sutherland). Las miserias de la familia salen a flote así como el comportamiento imprevisible de la novia. La segunda parte retoma pequeños detalles de la sección anterior para avanzar unos meses y ver cómo Justine vuleve a casa de su hermana para recuperarse de un fuerte bache emocional. En este lapso de tiempo entre ambos bloques la comunidad científica ha descubierto que un planeta desconocido, bautizado como Melancolía,  ha entrado en el Sistema Solar y se dirige rumbo a la Tierra. Los cálculos matemáticos indican que ambos astros no colisionarán pero Claire vive con creciente angustia la posibilidad de que Melancolía choque y acabe con todo. A medida que el planeta se acerca inexorablemente día a día, el estado de Justine va mejorando mientras ésta permanece aparentemente indiferente sobre la suerte del mundo. En la inmensa casa de campo, en un ambiente aislado y extraño, ambas hermanas aguardarán el momento decisivo de manera diametralmente opuesta.

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Ficha técnica y artística

Melancolía (Melancholia). Dinamarca, 2011, 130 min.

Dirección: Lars von Trier

Intérpretes: Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland

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Crónica de El Maquinista


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domingo, 21 de octubre de 2012

Papillon

Comentario de PAPILLON


El cine carcelario tiene como escenario natural las prisiones, preferiblemente las de celdas con barrotes y ese aire clásico de las de toda la vida. El leitmotiv de la mayoría de estas películas reside en el proceso de liberación al que aspiran sus protagonistas, ya sea en sentido físico o espiritual, dejando normalmente en un segundo plano el dilema sobre su inocencia y si éstos merecen permanecer bajo condena. Esta línea narrativa ha dejado grandes cintas al género, como "Cadena Perpetua", "Le Trou", "La Leyenda del Indomable" o "La Milla Verde". En ellas los personajes han de lidiar con la dureza del entorno, personificado en ocasiones por un malvado alcaide u otros internos peligrosos. Pero la localización géográfica de la cárcel también puede desempeñar un rol fundamental en la trama: a Clint Eastwood le encerraban en un peñasco rocoso de la bahía de San Francisco en "Fuga de Alcatraz". Sean Connery sufría las penurias de las prisiones militares británicas en mitad del desierto sahariano con "La Colina". Y en la cinta que hoy nos ocupa, "Papillon" (1973), Steve McQueen y Dustin Hoffman son enviados a un penal nauseabundo en la Guayana Francesa. Las potencias europeas de la época podían efectivamente darse el lujo de mandar a sus presos a lugares alejados de la metrópoli, como los ingleses en Australia y los franceses con sus territorios caribeños.

"Papillon" supone el colofón a una racha estupenda de su director, Franklin Schaffner, quien en el lustro anterior había conseguido rodar una obra maestra de la ciencia-ficción ("El Planeta de los Simios", 1968) y el potente relato de uno de los generales más controvertidos de la II Guerra Mundial ("Patton", 1970). La cinta narra la odisea del preso Henri Charrièrre (McQueen), alias Papillon, quien en la Francia de los años 30 es condenado por asesinato y enviado a un penal de la Guayana, en Sudamérica. Allí conoce a Louis Dega (Hoffman), otro recluso que ha estafado una fortuna falsificando bonos del Estado. Dada la complexión menuda de éste, Papillon le ofrece protección a cambio de ayuda para llevar a cabo su plan de fuga, la obsesión que le mantiene con vida. Con el tiempo su relación interesada se convertirá en amistad. En esos tiempos la Guayana no es más que una inmensa selva llena de pantanos, manglares y toda clase de bichos peligrosos. La presencia francesa se limita a militares, personal administrativo y el puñado de desdichados que sufren las condiciones de sus cárceles. Papillon lo tiene claro, prefiere morir intentando escapar antes que consumirse poco a poco en ese agujero. Sabiéndose inocente del crimen por el que ha sido condenado su único objetivo es volar libre de nuevo. Para quien no sepa francés, papillon significa mariposa.

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Ficha técnica y artística

Papillon. EEUU, 1973, 150 min.

Dirección: Franklin Schaffner

Intérpretes: Steve McQueen, Dustin Hoffman, Victor Jory

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Crónica de El Maquinista


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lunes, 15 de octubre de 2012

Atlantic City

Comentario de ATLANTIC CITY


El mundo del juego y las apuestas pertenece a un universo desconocido para mi, en parte debido a factores personales como culturales. En mi tierra de la España del Norte lo más cercano a estos temas son los bingos de aire viejuno y las máquinas tragaperras de los bares. En algunas ciudades del Cantábrico con turismo de pedigrí, como Santander o San Sebastián, también se puede encontrar algún que otro hipódromo y casinos de corte provinciano tirando a decimonónico. Para conocer complejos de juego más importantes (y más horteras) es necesario marchar a grandes ciudades como Madrid o Barcelona. Ahora en los tiempos de internet muchas personas se han acercado a las apuestas deportivas y las partidas de póker en línea, pero la sociedad española sigue afortunadamente sin tener esa tendencia al juego que muestran los pueblos anglosajones. Los políticos locales no obstante parecen empeñados en meternos con calzador las costumbres de ocio estadounidenses inundándonos con parques temáticos, centros comerciales y absurdos mega-casinos. Éstos últimos, entroncados en muchas ocasiones con personajes bastante turbios, tienen su meca en lugares como Las Vegas, Montecarlo o Macao. Si bien en EEUU la fama la tiene la ciudad del desierto existe otro rincón tradicional del juego en la punta opuesta del país, al norte de la costa este: Atlantic City. A ella se desplazaría el director francés Louis Malle, autor de "Ascensor para el Cadalso" (1957), "El Soplo al Corazón" (1971) y "Adiós Muchachos" (1987), para rodar una historia sobre la lucha por mejorar la vida sea como sea.

"Atlantic City" husmea en las calles de una ciudad bastante decadente a donde acuden una gran cantidad de norteamericanos a gastarse de forma absurda su dinero. En ella vive Lou (Burt Lancaster), un señor que en sus buenos tiempos de juventud llegó a ser un gángster de medio pelo, pero que él siempre idealiza como una época dorada. El respetable canoso vive de pequeñas comisiones en apuestas de barrio y sobre todo gracias a la manutención de su vecina de abajo, Grace, una mujer bastante rica gracias a ser la viuda de un jefe mafioso local. Lou la conoce desde hace tiempo y le tiene cariño, pero se siente humillado al depender de ella y tener que hacerle los recados o cualquier otro favor que se le antoje. En realidad se siente más interesado por su vecina de enfrente, Sally (Susan Sarandon), una joven canadiense que está aprendiendo el oficio de crupier de black-jack para mejorar su puesto en el casino donde trabaja. Un día Sally se encuentra con que su marido Dave, un hippy que se fugó con su propia hermana pequeña, la ha encontrado para pedirle algo de dinero y pasar unos días en su apartamento. El motivo verdadero de la visita es intentar vender en la ciudad un alijo de cocaína robado a unos narcotraficantes de Filadelfia, para lo cual Dave tiene primero que encontrar un lugar seguro donde esconder la droga. Poco después de llegar conoce por casualidad a Lou y le convence para que le deje guardar y preparar la cocaína en su apartamento a cambio de una parte de los beneficios de la venta, a lo que éste acepta de buena gana. Pero las cosas empiezan a complicarse cuando los narcos de Filadelfia llegan hasta ellos para reclamar lo que les pertenece.  

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Ficha técnica y artística

Atlantic City. Canadá, 1980, 104 min.

Dirección: Louis Malle

Intérpretes: Burt Lancaster, Susan Sarandon, Hollis McLaren

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Crónica de Atticus Finch


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domingo, 7 de octubre de 2012

El Pianista

Comentario de EL PIANISTA


Decía Woody Allen en una sus películas que cada vez que escuchaba a Wagner le entraban ganas de invadir Polonia y, a juzgar por los acontecimientos históricos que ha vivido este país, no ha sido el único en pensar así a lo largo de los tiempos. La ubicación de Polonia en plena llanura central europea ha sido clave en su agitada historia, ya que no posee barreras naturales que contengan a sus dos grandes vecinos, los alemanes en occidente y los rusos en el oriente. El apetito expansionista de estos dos pueblos tiene antecedentes desde hace siglos, razón por la cual los polacos siempre han acabado emparedados entre ambos y como botín de guerra a repartir, resultando esto en profundas modificaciones territoriales y fronterizas. Probablemente uno de los casos más paradigmáticos de esta situación tuvo lugar al desencadenarse la II Guerra Munidal en 1939, cuando la Alemania nazi y la Rusia comunista acordaron secretamente dividir Polonia en dos mitades y repartírsela como si de una tarta se tratase. Muchos somos conscientes de que las tropas de Hitler invadieron las tierras polacas el 1 de septiembre de ese año produciendo la declaración de guerra de Francia e Inglaterra (la URSS no entraría en la contienda hasta 1941), pero solemos olvidar que quince días después Stalin mandó al Ejército Rojo a ocupar la parte oriental de Polonia sin disparar un solo tiro contra la Wehrmacht, en virtud del tratado de no agresión Ribbentrop-Molotov. Después llegaría con el tiempo la locura de Hitler de atacar la URSS y la elevación de la guerra a cotas mundiales. Al finalizar el conflicto en 1945 los polacos fueron liberados/ocupados por los soviéticos y convertidos en estado satélite de Moscú al otro lado del Telón de Acero. No sería hasta cuarenta años después, en la década de los 80, cuando la presión social y el sindicato Solidaridad conseguirían resquebrajar las estructuras del régimen comunista, consiguiendo tras la caída del Muro una Polonia libre y soberana por fin.

"El Pianista" narra los años de penuria que sufre el músico judeo-polaco Wladyslaw Szpilman (Adrien Brody) durante la invasión alemana en la Segunda Guerra Mundial. Corre el año de 1939 y Szpilman trabaja en la radio de Varsovia tocando piezas pianísticas cuando las tropas germanas toman parte de Polonia en una ofensiva relámpago. Para los nazis los polacos son una raza inferior a la que tratan con desprecio, pero los judios no llegan a tener si quiera la consideración de seres humanos. Así pues ser judío polaco en aquellos días es una de las peores cosas que le pueden ocurrir a uno. Szpilman lo sufre en sus propias carnes junto a su familia al ir sintiendo los efectos de la ocupación  y en especial con el progresivo cerco a la población judía. Discriminación, brazaletes identificativos, confiscación de bienes y el punto de no retono: la creación del Gueto de Varsovia, una cárcel urbana donde son reubicados todos los judios. Allí la miseria y el hambre van dando paso a las torturas, las persecuciones y finalmente los trenes de deportación a los campos de exterminio. Spilzman aguanta como puede toda la guerra en Varsovia y sus ojos son testigos de toda la infamia que cae sobre ellos. Roman Polanski, en la que es hasta hora su última gran película, ajusta cuentas con la historia y con su propio pasado.

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Ficha técnica y artística

El Pianista (The Pianist). Reino Unido, 2002, 148 min.

Dirección: Roman Polanski

Intérpretes: Adrien Brody, Thomas Kretshmann, Maureen Lipman

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Crónica de El Maquinista


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