Concebir dos películas que reflejen el desarrollo de una de las batallas más cruentas del frente del Pacífico en la II Guerra Mundial desde las trincheras de ambos contendientes es una idea sin duda fabulosa, pero conseguir firmar una monumental película como es Cartas desde Iwo Jima ya está sólo al alcance de unos pocos genios del cine como es Clint Eastwood.
El maestro norteamericano entrega la mejor película de su particular díptico bélico desde la visión de un puñado de soldados japoneses que se enfrentan al abismo y a un desastre inminente. Eastwood termina con la tópica imagen del ejército imperial nipón ofrecida durante décadas, en la que el terror amarillo acechaba siempre invisible y traicionero tras la espesa vegetación, como una especie de ente maligno. No todo los japoneses son kamikaces locos dispuestos a morir matando y ciegos frente a lo evidente. Hay de todo, como muestra la película: oficiales fanáticos que obligan a sus soldados a inmolarse con granadas antes que rendirse y comandantes lúcidos e inteligentes que combaten para defender a su país pero que respetan la vida de sus subordinados y que detestan los sacrificios inútiles. Este último caso es el del general Kuribayashi, interpretado de manera colosal por el gran Ken Watanabe, que llega a la pequeña isla sagrada de Iwo Jima para planificar una defensa desesperada al no poder contar con apoyo naval ni aéreo. Su condición de gran estratega militar permitirá la construcción de una compleja red de túneles subterráneos para resistir frente a las tropas norteamericanas, superiores en número y en recursos, pero además su lucidez y sensibilidad conseguirán mostrar el retrato humano de una persona cuyo fin sabe que está escrito. Las órdenes son claras: luchar hasta el final.
A través de los ojos de Saigo, un joven panadero alistado forzosamente cuyo único deseo es sobrevivir para conocer a su hija recién nacida, asistimos al espanto de la guerra que llega con sus bombardeos, sus ametralladoras y sus guadañas de la muerte. Tanto los soldados japoneses como los norteamericanos son heridos por las balas, sufren, lloran y tienes madres que les escriben las mismas cartas. Todos viven y mueren bajo el mismo Sol, y el maestro Eastwood lanza un grito de dolor y compasión hacia los jóvenes de las dos naciones que se juegan la vida en un trozo de tierra seco y yermo. La maldad habita en ambos lados, pero también el verdadero honor y la cordura. Los dos son, definitivamente, humanos.
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2 comentarios:
Encima de que tenía ganas de ver esta película con la crónica y el trailer ya me has despertado la ansiedad. Muy buena pinta sí señor.
Gracias por el comentario y muy bueno también tu blog. Yo tengo otro de cine aunque no tan bueno sólo escribo unas líneas de las pocas películas que veo.
Un saludo
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